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miércoles, 28 de mayo de 2025
Recuerdos del Estadio Nacional "El Paraíso": Nuestro Segundo Hogar.
Recuerdos del Estadio Nacional "El Paraíso": Nuestro Segundo Hogar.
Por Carlos Faneyth
El Estadio Nacional "El Paraíso" era más que un simple recinto deportivo; siempre fue nuestra segunda casa. Con cada visita, forjamos lazos profundos con su entorno, convirtiendo cada rincón en un espacio lleno de memorias y vivencias que marcaron nuestras vidas.
Regularmente, las tardes en el estadio eran sagradas. Asistíamos a nuestros entrenamientos con una devoción casi religiosa.
Un pequeño grupo de amigos solíamos llegar antes de lo habitual, con la esperanza de disfrutar de juegos de pelotica de goma. La famosa "pareita", que consistía en lanzar la pelota contra la pared y atraparla para devolverla, era una forma divertida de calentar.
Otros optaban por el baloncesto, sus habilidades brillando en la cancha, mientras que algunos de nosotros tomábamos la aventura de salir a las quintas aledañas en busca de mangos. Recuerdo aquellos momentos bajo las matas de caucho al final del estadio, saboreando un mango salado o la dulzura del mango maduro.
Cada rincón del estadio, conocido por nosotros "de pata a rabo", era un universo en sí mismo.
La entrada principal generalmente era exclusiva para quienes trabajaban en las oficinas administrativas. Nosotros, los atletas, teníamos nuestra propia vía de acceso por el lado derecho. Pasábamos por un área donde vivía el querido Brígido Iriarte, con sus hijos Alicia, Romelia, Fito y Ramón y por supuesto su señora esposa.
El ala este del estadio era algo especial. Arriba, la tribuna metálica con sus asientos de madera era casi un tesoro inaccesible, excepto durante eventos masivos.
Debajo, se encontraban antiguos cuartos que habían albergado a los atletas de la selección nacional, un espacio ahora en desuso.
Luego estaba el gimnasio de lucha, donde el profesor Elías Viloria entrenaba a un grupo de amigos que también se dedicaban al atletismo. Allí conocí a figuras como Dubilicio Figueroa y José Romero, y no podía dejar de mencionar a Humberto Salazar, un talentoso luchador que dejaba su huella en múltiples deportes. Curiosamente, muchos de ellos trabajaban en el Servicio Panamericano de Protección, quizás por la predilección del dueño por tener empleados musculosos que infundieran respeto al cargar los sacos de dinero.
Cerca de allí, el gimnasio de boxeo vibraba con la energía de atletas en busca de la gloria. Podías ver a Rengifo, Arnal y Julio "Guacharaco" Viera, todos con un mismo sueño: ser campeones.
Este espacio estaba mancomunado con la vigilancia y rigurosidad de Colorao Palacios, el reconocido entrenador y mayordomo del estadio, asegurándose de que todos cumplieran con las reglas establecidas.
En la entrada de la izquierda del ala este, se encontraba la Federación Venezolana de Atletismo, un lugar con placas que reconocían su labor y la membresía del destacado Zar Eduardo Alfonzo.
Más allá, estaba la vivienda de Colorao, siempre atento y con su micrófono, llamando la atención de los que osaban relajarse un poco más de lo permitido.
Continuando, los baños masculinos se ubicaban bajo la tribuna oeste, la cual era igual a la este. Cerca, se hallaba el baño de las mujeres.
El gimnasio de pesas era el próximo destino, donde recibíamos los entrenamientos de grandes como Benito Seijas, Francisco Figuera y Félix Fojo. Allí cultivamos grandes amistades con pesos pesados de la época y absorbimos consejos del doctor Albino Bob Nelson sobre cómo mejorar nuestra condición física.
Al final del ala oeste, el depósito era un lugar de paso habitual, donde podíamos solicitar material deportivo: balas, discos, jabalinas y más. Inicialmente, contábamos con la ayuda del viejo Morón, y luego de nuestro querido Franco Gil, conocido cariñosamente como “Coqueto” por su impecable vestimenta y su distintivo perfume Old Spice. Es un apodo que perdura hasta hoy.
Cada uno de estos detalles y personajes han dejado una huella imborrable en nosotros.
El Estadio Nacional "El Paraíso" no solo fue un lugar de entrenamiento; fue el escenario de nuestras mejores historias, los lazos de amistad que creamos y el lugar donde aprendimos lecciones valiosas que nos acompañan hasta el día de hoy. ¡Qué tiempos tan maravillosos y atesorables!
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